Artículos sobre periodismo


LA LECTURA DEL PERIÓDICO

Por Natalia Bernabeu Morón

6.1. La dirección de la mirada.

Cuando un lector se enfrenta al periódico no lo lee linealmente como leería, por ejemplo, una novela, sino que selecciona aquellos textos o partes del periódico que más le interesan. Además, en la página, su vista salta de un lado a otro:

• Son más fáciles leer las páginas impares de un periódico que las pares, por lo que, por ejemplo, la publicidad es más cara si se sitúa en página impar.

• Dentro de la misma página, la mirada se dirige en más ocasiones a la zona superior derecha; después, a la superior izquierda; a continuación, a la zona central de la página y por último, a la zona inferior derecha e inferior izquierda.

Además de esta tendencia natural de la vista a dirigirse a esas zonas de la página en concreto, los periodistas dan mayor o menor relevancia a unas informaciones u otras utilizando distintos recursos tipográficos y de diagramación. Una noticia será más importante cuanto más espacio ocupe en la página y más destacada esté por medio de procedimientos como grandes titulares, introducción del color, acompañamiento de gráficos o fotografías, uso de recuadros que la enmarquen, etc.

6.2. Los tres niveles de lectura

El lector de periódicos, además, utiliza variadas estrategias de lectura: desde una más superficial a una lectura en profundidad.

a) El barrido visual de la página:

El receptor retiene el aspecto externo de las informaciones: se fija en aquellas que por su extensión y localización en la página parecen las más importantes, las que aparecen recuadradas, las que tienen los titulares más grandes, etc. y en esas otras que parecen secundarias o a las que el periodista ha dado una menor importancia.

b) La lectura superficial

El lector, en un primer momento, lee los titulares, sobre todo los de mayor tamaño y los que utilizan un lenguaje más llamativo (una expresión o una simple palabra pueden atraer poderosamente su atención); mira las fotografías más atrayentes, se detiene en los antetítulos y subtítulos, en los ladillos,, frase entrecomilladas, etc. y lee los pies de las fotografías que aparecen.

En un segundo momento, una vez hecha la selección de aquellos textos en los que merece la pena detenerse, el receptor procede a leer las entradillas de las informaciones, reportajes, y otros textos periodísticos.

c) La lectura en profundidad

El lector ha decidido ya qué textos le interesan y ha seleccionado la información que desea leer. Es ahora, pues, cuando se detiene en el texto, lo relaciona con las imágenes y los otros textos que aparecen en la página, intenta contextualizar los hechos que se narran y valora la información según su criterio personal, construyendo así el significado del mensaje.

6.3. La lectura crítica del periódico.

Para leer de forma crítica un texto periodístico no basta con comprender el código verbal, es decir, los textos. Hemos de valorar también todos los elementos paralingüísticos y visuales, su localización en la página del periódico, etc. Para ello será necesario:

a) Comprender el contenido literal de los textos

b) Analizar la fiabilidad de las informaciones teniendo en cuenta las fuentes en las que se basan. Hay textos periodísticos que aluden de forma clara a sus fuentes de información. Otros, los menos fiables, las silencian.

c) Valorar la importancia que el periódico da a esas informaciones, analizando su diagramación: La página par o impar en que aparecen, la localización en la página, la extensión de la noticia, las otras informaciones que la acompañan, las fotografías o imágenes que la documentan, etc. Será interesante fijarse en todos los elementos que aparecen y en las relaciones que establecen esos elementos entre sí.

d) Relacionar la mayor o menor importancia que el periódico da a ese hecho con la ideología del medio,

e) Contextualizar los hechos, indagando sobre sus orígenes y previendo sus consecuencias. Relacionar unas noticias del periódico con otras.

f) Diferenciar los hechos de las opiniones. Descubrir los argumentos intencionados y quiénes están detrás de esos argumentos.

La lectura crítica del periódico incluye comparar una misma noticia reflejada por distintos medios informativos. En su tratamiento, diagramación, titulación, etc. se hace evidente la postura ideológica del emisor.

g) Cambiar de punto de vista, ver los hechos desde todas las perspectivas posibles. Para ello habrá que leer la misma información en diversos medios de comunicación.

http://www.quadraquinta.org/materiales-didacticos/trabajo-por-proyectos/piensa-prensa/guiasdelprofesor/guia1/guia1-06.html



LA LECTURA DEL PERIÓDICO

Se pueden realizar dos lecturas de un periódico:

•Una primera lectura que consiste en leer únicamente los titulares y, tal vez, el encabezamiento o primer párrafo de las noticias.

Se trata de una lectura rápida que permite al lector estar informado de la actualidad en un tiempo mínimo.

Esta lectura se puede realizar durante los trayectos en metro, en autobús o mientras se espera la comida.

•Una segunda lectura más detenida de aquellas noticias o artículos que le hayan parecido más interesantes y dignos de leerse con calma a fin de obtener una mayor información de la actualidad.

Esta lectura le dará una interpretación razonada y documentada de los hechos.

Cuando el lector se detenga en la lectura de una noticia deberá tener en cuenta su situación en las páginas del periódico, el lugar que ocupa o si va o no acompañada de fotografías: si está situada en la primera página será más importante desde el punto de vista del periódico que las localizadas en las páginas interiores.

Una noticia acompañada de fotografías, con grandes titulares, que ocupe mayor espacio, será más relevante que una que se despache con pocas líneas.

La información que encabece la página será también más importante que la situada en un rincón.

La importancia y espacio que el periódico dedique a determinadas noticias nos permitirá tener una información acerca de la ideología de dicho periódico.

La lectura de las noticias de un periódico no se realiza de forma lineal como ocurre con los libros. En el periódico los textos escritos se distribuyen en columnas para facilitar la colocación de las fotografías y para destacar los titulares.

Las líneas son breves; las columnas y los titulares se separan con espacios en blanco que favorecen la lectura rápida.



La lectura de la prensa escrita
en el aula del Ministerio de Educación de España

Proyecto Mediascopio Prensa

El desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación ha sido el elemento decisivo para la gestación de la llamada sociedad del conocimiento en la que estamos inmersos. Esta nueva realidad social, en cuyo eje aparece la información, ha hecho que, en el ámbito escolar, se intenten abordar las habilidades que permitirán al alumnado progresar en la era digital: la habilidad de leer textos y comprenderlos; la capacidad de discernir y elegir lo que tiene valor entre la multitud de estímulos que ofrece la realidad; la capacidad de pensar independientemente, de resolver problemas y generar ideas; la capacidad de expresar esas ideas de forma clara y simple; la conciencia del contexto en que se desarrolla la vida personal; la identificación de las causas que generan el cambio y la percepción de que no todas las cosas de nuestra vida están sometidas a transformaciones de igual velocidad; la percepción del equilibrio en medio de la multidimensionalidad de la realidad; y el reconocimiento de un orden que dé sentido a la experiencia de vivir.

El acto lector es una actividad creadora a través de la cual el individuo desarrolla todas sus facultades mentales, asumiendo ante los textos un papel activo que implica no solo reconocer los signos, sino, sobre todo, entenderlos, interpretarlos y analizarlos críticamente. Por eso, cobran importancia la reflexión y el compromiso: el alumnado ha de ser capaz de asumir un juicio ético personal acorde con los valores básicos de la sociedad en la que vive.

La misma UNESCO tradujo al español estas expresiones como “Educación en materia de comunicación”. Posteriormente, en la resolución de la UNESCO de 19822, recomendaba ya algunas acciones concretas para hacer efectivo en la educación este ámbito de conocimiento, tales como sensibilizar y formar al profesorado e introducir la prensa –escrita y audiovisual– (y actualmente, también la digital), como medio de enseñanza. Actualmente se ha generalizado la denominación "Educación en medios", a la cual se pretende acceder a través de la alfabetización mediática o "Media literary".

Esta Educación en medios constituye un área de conocimiento que promueve la lectura y la recepción crítica de los mensajes, tanto de los medios masivos tradicionales: prensa escrita; cine, radio, televisión; como de los nuevos medios tecnológicos: Internet, videojuegos, teléfonos móviles, etc., así como su consumo saludable.

Persigue tres grandes objetivos:

1. Dotar al alumnado de las habilidades necesarias para la recepción crítica, selectiva y activa de los mensajes que recibe a través de los distintos medios masivos.

2. Introducir en las aulas, a través del tratamiento de la actualidad, la educación en valores; con el fin de hacer de los jóvenes ciudadanos responsables y comprometidos con la sociedad democrática en la que desarrollan su vida personal. Se trata de que el alumnado sea capaz de reflexionar sobre las características del discurso de los medios; de que pueda tomar conciencia de sus hábitos y actitudes como consumidor de mensajes mediáticos, y de que sepa adoptar respecto a ellos un distanciamiento crítico que le permita desechar las actitudes conformistas y superficiales.

3. Fomentar la cultura comunicativa en los centros escolares. Esto supone adoptar metodologías participativas; introducir en las aulas nuevos recursos y materiales multimedia, establecer cauces efectivos de información y comunicación entre los miembros de la comunidad educativa, fomentar la cooperación y el intercambio con el exterior, utilizar nuevos espacios educativos que faciliten los aprendizajes y fomentar entre alumnado y profesorado el acceso a la información



Argumentos para animar a leer periódicos (29.11.07)

JUAN CARLOS ZUBIETA IRÚN
JOSÉ IBARROLA

Tenía una sospecha e hice un experimento. Verán ustedes, cada vez que en una de mis clases hacía referencia a alguna noticia o artículo aparecido en la prensa observaba demasiados rostros perplejos. Cuando me atrevía a preguntar quiénes habían leído ese dato o análisis comprobaba que el número era reducidísimo. Como contraste, si hago alusión a algún personaje popular de la televisión o a alguna noticia-escándalo-espectáculo, de las aparecidas en los frecuentes programas dedicados a dar la palabra a individuos descerebrados o caraduras, o en los que se mete la cámara en algún dormitorio, entonces las sonrisas de complicidad, los gestos que indican «yo también lo he visto», son generalizadas. ¿No es como para preocuparse?

Como decía, se me ocurrió hacer una comprobación. Pregunté en una encuesta anónima: ¿Con qué frecuencia lees el periódico? Los resultados fueron los siguientes: el 33% indicó que todos o casi todos los días lee o echa un vistazo al periódico. Un 22% dijo que lo hace los fines de semana. El 24% señaló que lo lee de forma esporádica y, por último, el 21% restante confiesa que casi nunca lee el periódico. Es decir, casi la mitad, el 45%, no suele leer la prensa.

Haré, en primer lugar, dos advertencias fundamentales. 1º. Los datos anteriores no son estadísticamente representativos; esa encuesta no responde a los mínimos requisitos del rigor científico (confío en poder realizar un estudio metódico sobre el conjunto de las prácticas culturales y en él, por supuesto, incluir la lectura del periódico). 2º. Obviamente, cualquier persona puede estar informada de lo que sucede en el mundo a través de la radio o de la televisión, lo que ocurre es que con mucha frecuencia es precisamente el lector de periódicos quien más atención presta a los informativos de la televisión o a los programas de debate de la radio, mientras que los que no tienen la costumbre de leer tampoco suelen elegir entre sus programas favoritos a Informe Semanal.

Claro que en la televisión y en la radio encontramos magníficos programas. Claro que la imagen, la palabra y el sonido constituyen unos vehículos extraordinarios para transmitir mensajes, sensaciones y visiones de la realidad muy diversos. Por supuesto que la televisión y la radio emiten programas de noticias, debates y análisis sobre cuestiones de actualidad de gran interés. Discutir eso, enfrentar unos medios a otros constituye un sinsentido; cada uno tiene sus peculiaridades, sus virtudes y limitaciones. Obviamente, la clave está en saber utilizar los diversos medios, en aprovechar las ventajas de cada uno y, específicamente, en no dejarse atrapar por el monstruo de la imagen, que nos lleva a ver sin entender, que nos convierte en seres pasivos, que nos hipnotiza, que nos infantiliza, que nos manipula.

¿Cuál es la virtud de la prensa escrita?: El poder de la letra impresa, lo que significa la lectura y la escritura. J. A. Marina dice: «Hay que leer para adueñarse del lenguaje, y es importante fomentar el placer de leer porque así se facilita ese apoderamiento». Y también señala: «Debemos aumentar nuestra satisfacción de lector, si queremos contrarrestar el hechizo de la imagen». Por su parte, Emilio Lledó ha indicado que el periodismo es «expresión escrita del latido de lo real»; eso sí, también ha advertido que el gran periodismo debe responder, por encima de los intereses particulares, a la verdad y a los ideales de progreso, justicia y solidaridad.

Leer exige tiempo y atención. Tratar de comprender un texto, descubrir el matiz de un sinónimo y la alusión de una metáfora, implica un esfuerzo. Pero la recompensa es magnífica. Leer significa reflexionar. Implica una actitud activa. Es un acto de voluntad; es una demostración de que somos seres pensantes. Leemos para entender, o para empezar a entender, dice Alberto Manguel; también sostiene que al leer mantenemos un diálogo con el autor de las líneas que nos han cautivado. Frente a la fugacidad de la imagen y el sonido, lo escrito permanece. Podemos volver una y otra vez sobre la palabra escrita y reflexionar sobre ella para encontrar otros sentidos. El análisis que posibilita la lectura sosegada es especialmente enriquecedor. Leer es un acto de creación permanente, dice Daniel Pennac.

Por su parte, el texto del periódico suele estar apoyado en una reflexión y en un análisis sereno. Habitualmente, el ritmo de la prensa escrita es más lento que el de la radio y la televisión, y esa circunstancia posibilita al redactor de un artículo y al editor del periódico matizar opiniones, acumular datos, profundizar y ordenar la información. Además, cada vez es más frecuente que la prensa escrita se aproveche del medio digital para acompañar a sus textos de archivos de audio y video.

En 1962 Marshall McLuhan publicó un libro que le hizo célebre: 'La galaxia Gutenberg: la creación del hombre tipográfico'. McLuhan sostenía que la imprenta impulsó un conjunto prodigioso de realizaciones culturales y que el pensamiento humano se hizo lógico, discursivo. Pues bien, según su pronóstico la era electrónica y el predominio de lo visual significará el fin del mundo anterior. Como fácilmente se podía esperar, su tesis produjo una amplísima discusión. Varias décadas más tarde, en 1997, Giovanni Sartori dijo que se estaba transformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en homo videns, y subrayaba que asistimos a la primacía de lo visible sobre lo inteligible. Permítanme una referencia más. Recientemente, Javier Moreno, director de El País, ha dicho que la prensa de papel está sufriendo serias dificultades y que en los últimos diez años se han perdido entre cinco y diez millones de lectores en toda Europa.

Se ha recalcado que estamos asistiendo a un profundo cambio en los hábitos de lectura, de la prensa escrita al diario digital, y que los jóvenes son los principales protagonistas de esa transformación. Si eso fuera así, si lo que cambiase fuera el soporte del texto, no habría ningún problema; sin embargo, lo que algunos sospechamos es que muchas personas no cambian de hábito por la simple razón de que no han adquirido la costumbre de leer. Además, como ha indicado Ignacio Sotelo, el cambio de formato está implicando el cambio de los contenidos.

Desde hace varios años, el Ministerio de Educación y los editores de prensa hacen esfuerzos para fomentar en la escuela la lectura de la prensa. Se considera que la prensa constituye un magnífico instrumento para la formación de los estudiantes. La lectura de la prensa diaria sirve para conocer la realidad cotidiana; además, aprender a hacer una lectura crítica es fundamental para reflexionar sobre los sucesos diarios de los distintos ámbitos de una sociedad inmersa en un mundo globalizado. Para no estar perdido, para poder situarse en una sociedad plural y rápidamente cambiante, hay que tener información sobre lo que ocurre, sobre lo que se opina y sobre lo que se discute, a nuestro alrededor y en el otro extremo del mundo. Y para obtener esa información y reflexionar sobre ella, la prensa escrita es un medio privilegiado; por eso, en mi opinión, todos los esfuerzos que se hagan para que los jóvenes y el conjunto de la población adquieran el hábito de leer prensa son pocos.

Por supuesto, todo lector de periódicos no puede olvidar los condicionantes y características del poderoso instrumento que tiene en sus manos. Permítanme recordar algunos. 1º. Saber 'leer' el contenido de un periódico es un requisito imprescindible -aunque no suficiente- para poder ser un ciudadano libre. Debemos saber distinguir entre información, opinión y publicidad, y eso no siempre es fácil. Tenemos que reconocer lo que el medio subraya y lo que sugiere; descubrir lo que oculta y por qué lo oculta. Caer en la cuenta de la razón de un determinado titular o de una imagen. Nada de lo que rodea a un medio de comunicación es 'inocente'. 2º. Detrás de cada periódico existe una empresa u organización con intereses económicos y posturas ideológicas; además, cada periodista, cada autor de un texto o de una fotografía, observa el mundo desde un particular punto de vista y, por tanto, lo que refleja está vinculado con esa perspectiva. 3º. Los medios de comunicación tienen poder de influencia política y social. 4º. Los periódicos transmiten visiones de la realidad, valores, actitudes y modelos de comportamiento; es decir, socializan (dime qué periódico lees y te diré cómo piensas). Los periódicos propagan imágenes sociales sobre grupos y organizaciones. 5º. La prensa forma, informa y entretiene; puede hacernos más sabios y libres o más estúpidos y alienados. 6º. Todos los periódicos manipulan la realidad. Deciden sobre qué sucesos merece la pena informar y sobre cuáles no. Optan por dar más o menos espacio a una noticia. Opinan en sus editoriales de forma distinta; asimismo, invitan a exponer sus ideas a unos autores y no a otros. Es decir, construyen la realidad. 7º. Cuando se lee un periódico y se prescinde de otro se está optando por una determinada visión del mundo y de lo cotidiano; lo dicho, ningún medio es 'inocente', ninguna postura es aséptica. 8º.Una prensa libre y plural es una condición básica de un sistema democrático. Contribuye a equilibrar al resto de los poderes. Además, crea opinión y, al mismo tiempo, refleja las opiniones de la población. También pone de manifiesto los conflictos sociales existentes y, por tanto, contribuye a la discusión y a la clarificación de posturas. En este sentido, I. Sotelo destaca la importante función de la prensa impresa como instrumento que contribuye a formar la opinión a través de la información veraz y la reflexión sosegada y racional.

Discúlpenme que concluya con una referencia personal: cada día disfruto más leyendo el periódico. Es una de mis adicciones y no comprendo a los que pueden pasar sin él. En la prensa escrita lo encuentro casi todo: la información nacional y las noticias del otro lado del mundo, la discusión política y el análisis económico, la reflexión sobre lo cotidiano y la crítica cultural, la noticia sobre un avance científico y un breve relato, la ironía de un periodista y el ingenio de un dibujante, la fotografía reveladora y el gráfico explicativo; además, los fines de semana me encuentro con los artículos de Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías.

Por otra parte, en los últimos años Internet me permite acceder a varios periódicos y comparar lo que dicen sobre un mismo asunto. Sólo hay un factor me provoca frustración: carecer de tiempo para leer toda la información que me ofrecen y que me interesa; eso sí los fines de semana puedo resarcirme. ¿Cómo conseguiré convencer a mis alumnos y a mis amigos de que leer la prensa es una aventura muy atractiva? Para obtener información y reflexionar sobre ella, la prensa escrita es un medio privilegiado. Todos los esfuerzos que se hagan para que los jóvenes y el conjunto de la población adquieran el hábito de leer prensa son pocos



Apreciar y estudiar a los medios
Quimeras e insuficiencias en la era de la globalidad

Raúl Trejo Delarbre
ETCÉTERA agosto 2002



Ahora sabemos que entre tantas otras descripciones visionarias, hace casi una centuria y media Julio Verne predijo la creación de la Internet. En su novela París en el siglo XX1Verne se refirió al "telégrafo fotográfico" que permitía enviar facsímiles a miles de kilómetros de distancia y a un sistema de correo masivo que además hacía posible "una correspondencia directa con los destinatarios".

Escrita en 1863 cuando él tenía 35 años, aquella novela de Verne fue rechazada por el editor a quien se la entregó porque era demasiado pesimista. Según esa obra, a mediados del siglo XX el mundo se habría puesto al servicio del dinero, la gente viviría preocupada por las cotizaciones en la bolsa, la educación y la tecnología no estarían al servicio del conocimiento sino de la acumulación financiera. Verne no sólo anticipó los viajes a la luna y según se sabe ahora la invención de la Internet, sino también el utilitarismo de la sociedad que nos dejó el siglo XX.

Aunque a su editor le haya parecido catastrofista, el autor de Viaje al centro de la Tierra no se equivocaba. El mundo vislumbrado por Verne y que nos ha tocado vivir 150 años después se encuentra en buena medida determinado por la comunicación y ésta, por el dinero. La posibilidad de videocharlar en tiempo real con alguien que se encuentre al otro lado del planeta, o la disponibilidad instantánea de millones de bases de datos, eran hasta hace poco tema de fantasías literarias o de futurismos científicos. Hoy tales realidades ­telefonía, correo electrónico, páginas Web­ son parte de nuestra vida cotidiana. Pero el acceso a ellas suele estar condicionado por la capacidad financiera de los países o individuos que apetezcan tales recursos informáticos.

Al reconocer esa exuberancia comunicacional nos consideramos afortunados e incluso protagonistas de una nueva era. La aspiración de estar enlazados con sitios distantes como una manera de aprehender al mundo, o para tener un mundo sin fronteras, ha formado parte de prácticamente todas las utopías.2 Hoy los nuevos medios de comunicación consiguen abatir la lejanía pero al mismo tiempo que tenemos un planeta repleto de información nos enfrentamos a la persistencia de rezagos como la desigualdad social, que la quimera comunicacional no ha logrado allanar e incluso, en varios sentidos, ha contribuido a empeorar.

La digitalización de mensajes escritos, así como de audio y vídeo, permite su propagación masiva y distante de manera tan copiosa que contamos con torrentes de información que jamás aprovecharemos del todo. La información, y los medios de comunicación que nos acercan a ésta, envuelven prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas personales y determinan al espacio público en nuestras sociedades. Información y medios son dos de las grandes bendiciones contemporáneas pero, como casi todos los dones que la humanidad ha fraguado o recibido, en su esencia se encuentra su contrario.

La información y los medios nos permiten un ejercicio más enterado, creativo y provechoso del ocio, el esparcimiento, la educación e incluso en la gestión de los asuntos públicos. Pero disponer de más información no necesariamente nos hace más ilustrados, más piadosos o más competentes para enfrentar los problemas de nuestras sociedades. La información por sí sola no es garantía de entendimiento ni de conocimiento. Peor aún, las visiones parciales de la realidad que suelen propagar los medios de mayor cobertura llegan a distorsionar y enmascarar los rezagos e insuficiencias de nuestros países. Los asuntos sustanciales se confunden con los triviales, la información con la diversión, lo urgente con lo superfluo.

La comprensión de los medios implica, hoy, comprender las dimensiones del hombre. Los medios permean todas las actividades humanas de manera tan insistente, intensa y extensa, que el entendimiento de cómo funcionan, con qué contenidos, intereses y resultados, es fundamental lo mismo para explicarnos las variaciones de la economía que las tensiones (y distorsiones) de la política. Entender a los medios es necesario tanto para prever los alcances de la educación, como para apreciar el estado de la moral en nuestras sociedades. A diferencia de la metáfora de McLuhan tenemos un sistema mediático que, lejos de ser extensión de los hombres, tiende a convertir a la gente en extensiones suyas. De allí la enorme importancia que adquiere el estudio de la comunicación.

Estudiar a los medios implica examinar la principal fuente de influencia sobre las relaciones sociales, el factor más dinámico en la conformación de la cultura política, el instrumento más sobresaliente en la instrucción o confusión de nuestras poblaciones. Al mundo de hoy no se le puede entender sin los medios. Con ellos están imbricadas todas las nociones de futuro, desarrollo y progreso de nuestros países. Además, los medios constituyen el espacio privilegiado para la exposición de ideas.

El estudio de la comunicación se ha convertido en una tarea no sólo necesaria sino incluso, en no pocas ocasiones, vistosa y llamativa. Es una ocupación que llega a compartir algo del glamour que tienen las actividades mediáticas. Quien es capaz de desentrañar a los medios tendría que ser capaz también ­al menos hipotéticamente de entender muchas de las pulsiones y los valores que mueven a las sociedades contemporáneas. Pero a menudo, más que comprender a los medios el estudio de la comunicación se limita a describirla sin analizarla o, en otros casos, a disculparla o descalificarla.

La presencia mediática es tan abrumadora que en no pocas ocasiones sus estudiosos se estancan en la trivialización y la estupefacción, o en el enaltecimiento y la mitificación de los propios medios. Las coordenadas que hace casi cuatro décadas estableció Umberto Eco cuando distinguió entre integrados y apocalípticos siguen siendo vigentes.

La investigación acerca de los medios aún se escinde entre quienes se empeñan en legitimarlos y aquellos que consideran que están obligados a descalificarlos.

A quienes estudian a los medios, sostener esas actitudes extremas suele resultarles más ventajoso en su presencia pública ­y en ocasiones también académica­ que optar por enfoques menos drásticos. Deliberadamente o no, tales posiciones obedecen a la lógica del espectáculo. Defender o impugnar apasionadamente a la televisión es más llamativo que reconocerle valores y también limitaciones. Culpar a la prensa de los defectos de nuestras democracias o atribuirle todas las virtudes suscita mayores adhesiones, por una posición u otra, a diferencia del análisis que encuentra contribuciones y abusos en el periodismo de nuestros días.

El lenguaje habitual en los medios, especialmente en la televisión y la radio, favorece las orientaciones drásticas y los juicios categóricos. Gobernantes, partidos, deportistas, cantantes o cómicos suelen ser calificados de la misma manera: en favor o en contra, con aplausos o reprobaciones, en blanco o en negro. Los matices no tienen la capacidad de seducción de las posiciones extremas. El carácter maniqueo de los medios alcanza consecuencias harto conocidas en la trivialización y el empobrecimiento del debate político y en el examen de la mayor parte de los asuntos que se ventilan en el espacio público de las sociedades contemporáneas. El estudio de los medios a menudo comparte esa simplificación excesiva. En él abundan los enfoques apocalípticos o integrados que no escarban en la complejidad ni las circunstancias de cada medio, cada coyuntura o situación nacional. Dicho examen se subyuga o rebela frente a la enorme capacidad de atracción que tienen los medios pero, estancado en una de esas dos formas de estupefacción, se queda en la superficie. A la investigación comunicacional le cuesta un esfuerzo enorme definir una agenda propia porque habitualmente está al garete de coyunturas novedosas. Sus enfoques, en no pocas ocasiones, se reducen a parámetros maniqueos porque no ha terminado de construir sus marcos de referencia.

La investigación mediática, a veces de manera explícita y en otras ocasiones por la usual vía del ensayo y el error, ha tenido que buscar sus propios paradigmas metodológicos. En ese afán los investigadores de los medios han recorrido variadas y creativas vertientes conceptuales, desde la historiografía y la semiología hasta el análisis estructural, de contenidos, económico, sociológico y psicológico de los medios, entre otros senderos. A fuerza de tomar un poco de cada disciplina y sometido a la necesidad de actualizar sus cánones analíticos para estar al día con los cambios que constantemente experimenta su objeto de estudio, la investigación de los medios no ha logrado conformar escuelas teóricas tan definidas como las que tenemos en otras áreas del conocimiento. Incluso resulta aventurado hablar de ciencias de la comunicación porque el estudio de los medios requiere de instrumentos y métodos de diversas ciencias. Aunque algunos colegas consideran que reconocer esa necesaria interdisciplinariedad nos quita identidad como gremio académico, quizá es más pertinente hablar de historia, economía, psicología, análisis discursivo o sociología de los medios entre otras vertientes posibles. El hecho de que habitualmente digamos, en plural, ciencias de la comunicación, indica que mantenemos una búsqueda que no existe en otras disciplinas. Nadie o casi nadie dice ciencias de la historia, o ciencias de la economía.

Ciencia, o manantial interdisciplinario de otras ciencias, el estudio de la comunicación se encuentra imbricado con el reconocimiento de los grandes cambios que experimenta el mundo. Algunas de esas transformaciones son tan radicales, pero al mismo tiempo nos resultan tan cercanas, que no tenemos distancia crítica suficiente para evaluarlas en todas sus implicaciones. En pocos años la percepción de nuestro entorno ha cambiado drásticamente. Al pueblo, la colonia, la villa, el municipio o la ciudad ahora los reconocemos como parte de un sistema global. La ropa que llevamos puesta, la computadora en la que trabajamos, el vino que bebemos o la música que escuchamos pueden ser o no de nuestro país y la naturalidad con que accedemos a esos bienes, que forman parte de nuestro contexto, ha dejado de causarnos admiración.

La internacionalización de los medios ha sido tan rápida que apenas si hemos podido tomar nota del ensanchamiento en su cobertura y el desplazamiento de sus centros de emisión. Las transmisiones en español de CNN, Cartoon Network, Disney Channel y MTV cohesionan hoy a América Latina con una capacidad de atracción que jamás tuvieron ninguna arenga o iniciativa políticas. Los programas de televisión más vistos en nuestros países no se originan en Buenos Aires, Bogotá, Caracas o la ciudad de México sino en Atlanta y, especialmente, en Miami.

De poco sirve deplorar el imperialismo o la desnacionalización culturales que puede implicar esa nueva hegemonía mediática. También en ese terreno los viejos paradigmas suelen impedirnos una apreciación cabal de la realidad. Más que una cultura del imperio, tenemos una diversidad de afluentes e influencias que se entrelazan, enriqueciéndose mutuamente, en la conformación de un nuevo entorno cultural. La cultura propagada por los medios contiene tanto a Elton John como a Fito Páez, a Britney Spears y Cristina Aguilera lo mismo que a Shakira y Gloria Trevi y, aunque en menor medida, a José Saramago y Antonio Tabucchi tanto como a Gabriel García Márquez y Eliseo Alberto. Hay géneros que trascienden nacionalidades. Es difícil hablar de un rock o un jazz estadounidenses, mexicanos o colombianos: se trata simplemente de rock o jazz contemporáneos.

En otros casos, sin embargo, se echa de menos alguna originalidad regional. Aunque tienen inflexiones propias, más allá de productos muy específicos no es sencillo identificar una televisión boliviana, ecuatoriana, chilena o guatemalteca. Todas ellas y las del resto de nuestra región son televisiones muy similares pero no a causa de un saludable cosmopolitismo mediático sino debido a una generalizada pobreza de iniciativas e imaginación. Los esquemas de la televisión estadounidense han sido calcados, especialmente en esta parte del mundo aunque no sólo aquí, de tal manera que noticieros, concursos, musicales y talk shows de producción y consumo nacionales resultan idénticos en cada uno de nuestros países. Cuando hay algún sesgo propio no es en beneficio de la calidad sino del enriquecimiento fácil como ocurre, por ejemplo, con las producciones más conocidas de la televisión mexicana, singularizada por la banalidad de sus contenidos más que por cualquier otra aportación a la cultura latinoamericana. La prensa escrita en casi toda América Latina se encuentra mimetizada con los valores de la prensa estadounidense: la pretensión de ser independientes, objetivos y apolíticos enmascara el perfil auténtico de empresas editoriales que necesariamente dependen de intereses corporativos o de grupo, los cuales de manera inevitable manejan las noticias con criterios subjetivos y que siempre, incluso cuando niegan hacerlo, asumen posiciones políticas.

La globalización abre espacios, pero sus parámetros mercantiles pueden convertirse en obstáculos para la propagación ­y eventualmente también la elaboración­ de productos culturales autóctonos. La globalización y el aporte que hacen a ella los medios de comunicación constituye un territorio de inédita oportunidad para las culturas regionales y nacionales y, junto con ello, una fuente de riesgos inéditos. Como el desconocimiento o la negación de tales realidades son infructuosos, más vale encarar esas nuevas circunstancias y hacer lo posible para que en el terreno de la cultura, como en otros más, la globalización sea factor de enriquecimiento y no de agotamiento. Para ello se necesitan políticas que auspicien y defiendan el patrimonio cultural de cada país y cada región. A fin de ser eficaces tales políticas tienen que estar arraigadas en la sociedad pero requieren, también, de un eficaz respaldo estatal.

Una cultura propia y sólida pertrecha a una nación o una comunidad para transitar en los azarosos caminos de la globalización. En ese y otros terrenos la subsistencia dentro del nuevo escenario mundial depende, en buena medida, de la consistencia que tengan una comunidad o un país. Ante la realidad global es preciso tener una robusta circunstancia local. Eso significa alcanzar y mantener la representatividad que sólo se deriva de la democracia y la densidad social que únicamente ofrecen los objetivos nacionales comunes. Tener la casa en orden es requisito para que la globalización no sea condición devastadora sino espacio de interacción y desarrollo. En palabras del escritor Carlos Fuentes, "no hay globalidad que valga sin localidad que sirva".

Sólo una maciza vocación local nos permite asumir sin demasiados quebrantos culturales los apremios de la globalización. Esa vocación ha de ser receptiva al mundo y, por lo tanto, esquivar los nacionalismos exacerbados y los fanatismos regionales, los cuales son expresiones de miradas sesgadas y ensimismadas. La aldea global impone a nuestras aldeas locales un contexto de exigencias con el entorno mundial pero, antes que nada, con nosotros mismos.

La globalización no es un estado de forzosa circulación de mercancías (incluso culturales) al que hayamos sido sometidos de manera súbita, sino un proceso en evolución constante. No es un fardo que de pronto nos haya caído encima devastando nuestras costumbres y conocimientos sino un intercambio fluido aunque, desde luego, condicionado por la desigualdad de las naciones y sociedades involucradas en él. Quienes tienen mayor capacidad para elaborar y difundir productos culturales, la tendrán también para globalizarlos. Quienes se estanquen en dicha producción y propagación serán más vulnerables en ese terreno.

La globalización abre las fronteras y en alguna medida implica también una apertura, no absoluta pero sí novedosa y aprovechable, para la circulación de ideas. Ahora es frecuente que más allá de los sesgos ideológicos de sus obras, distintas corrientes culturales y creadores en lo individual consigan franquear los circuitos de difusión y distribución internacionales. Salvo casos aislados hoy contamos con amplias posibilidades para que circulen expresiones culturales de los más variados signos políticos. La censura ideológica tiende a desaparecer o a quedar disminuida. Pero en su lugar se erige la barrera que significan las exigencias del mercado. Los circuitos trasnacionales que irradian al mercado latinoamericano y mundial serán receptivos a toda creación fílmica, musical, literaria, de cualquier índole, siempre y cuando sus operadores consideren que puede ser negocio. Más que una cultura estadounidense, imperialista o dominante, tenemos una diversidad de expresiones locales y regionales fuertemente determinadas por las presiones del mercado; es decir, por las preferencias de públicos habituados a consumir géneros y estilos propagados por las industrias culturales más influyentes.

La cultura se desarrolla y difunde en un mercado, por mucho que nos pese a quienes posiblemente quisiéramos preservarla de contaminaciones y comercialismo. La vocación mercantil de los medios de comunicación de masas, que son los principales espacios de propagación cultural, no es asombrosa ni descalificable. Como empresas privadas que son ­salvo las necesarias excepciones que constituyen los de carácter público­ a los medios de comunicación los orienta la búsqueda de ganancias financieras. Si esa realidad nos disgusta no conseguiremos exorcizarla con declaraciones apocalípticas, de la misma manera que de poco sirve favorecerla con admiraciones complacientes.

Rechazar la globalización es una actitud voluntarista. Es como si, por ejemplo, rechazáramos a la televisión. La internacionalización de las economías y las culturas es una realidad que puede no gustarnos pero que forma parte de los rasgos, según todas las evidencias irreversibles, del mundo que tenemos de ahora y en adelante. Pero una cosa es admitir que la dinámica de la economía y la expansión de los instrumentos de comunicación estén abriendo fronteras y costumbres y otra, resignarnos a las formas, reglas, obligaciones e implicaciones de la globalización que hemos conocido hasta ahora.

Es inútil y un tanto infantil colocarse contra la globalización. Pero hay muchas maneras de entender y así, de orientar, moderar y aprovechar el intercambio que ese contexto implica. La globalización, como recientemente ha escrito el ya mencionado Carlos Fuentes, "es el nombre de un sistema de poder" que como el dios Jano, tiene dos caras.3 El rostro virtuoso es el del desarrollo técnico, el intercambio comercial y la abundancia de información. La faz diabólica son las desigualdades que la globalización acentúa; en ella, las grandes corporaciones compiten con ventaja frente a las debilidades de muchas economías nacionales que por añadidura quedan inermes ante la especulación financiera. Identificar esos atributos y perjuicios nos permite cultivar aquellos que nos convengan y atajar al menos algunos de los riesgos.

A estas alturas de la globalización, parece evidente que no ha sometido a las identidades nacionales. La música dance no ha desplazado a la salsa y al merengue. Las hamburguesas conviven con los tacos mexicanos. Unos y otros estilos se influyen mutuamente, en comprobación de que la cultura es circulación constante y no sólo monumentos hieráticos.

De la misma forma, ha quedado claro que la preeminencia del mercado no significa la abolición del Estado. La confrontación entre ambos, que en la década anterior inspiró contundentes interpretaciones geopolíticas, no es tan concluyente que uno vaya a ser desplazado por el otro. Ahora parece claro que ni estamos ante el fin de la historia como con tanto entusiasmo proclamaban quienes extendían el acta de defunción de los sistemas cuyos valores no reivindican el señorío de la economía de mercado, ni la preeminencia de las corporaciones económicas ha derogado la necesidad del Estado y sus instituciones. Al contrario, la competencia, la diversidad y el contraste son atributos del mercado que sólo pueden ser garantizados si existen reglas aplicables por un Estado afianzado en la sociedad y con estabilidad política.

El de los medios es uno de los campos donde esos rasgos del mercado (competencia, diversidad, contraste) se difuminan y transgreden con mayor frecuencia. La circulación de señales y mensajes no reconoce fronteras; satélites y contenidos digitales tienden a quedar al margen de las jurisdicciones nacionales. La instantaneidad comunicacional de nuestros días impide las regulaciones a la vieja usanza.

Las nuevas condiciones de la comunicación han dejado atrás las normas de supervisión y regulaciones estatales, pero eso no implica que no se requieran preceptos para que sociedades y naciones se beneficien mejor de las posibilidades que ofrecen los medios. No es en el terreno de la censura o la supervisión previa de contenidos donde resulta necesaria la actuación estatal. En estos tiempos el desarrollo de la democracia y las capacidades tecnológicas hacen indeseable, pero también imposible, la persistencia del Estado despótico que decide qué imágenes y mensajes podrán llegar a sus ciudadanos. La sociedad se ha ganado el derecho a ser considerada mayor de edad y no requiere de ningún cancerbero que fiscalice la literatura, el cine o las noticias que tiene derecho a conocer. Precisamente, la defensa de los derechos de los ciudadanos hace necesario que existan reglas y Estado para defender a la sociedad de posibles abusos y prepotencias de los medios de comunicación.

El ascendiente que tienen sobre la sociedad ha hecho de los medios un poder paralelo, e incluso superior, al que ejercen las instituciones políticas. Igual que todo poder pero con mayor razón tratándose de la que alguna vez fue descrita como la industria de las conciencias, la comunicación requiere normas que modulen su relación con la sociedad. Además de prerrogativas individuales y sociales como el derecho de réplica y el respeto a la vida privada, es preciso que en el desempeño de los medios sean regulados asuntos como la concentración de empresas.

Hoy en día las industrias de la comunicación más relevantes afirman que el nuevo paso en el desarrollo informacional es la convergencia de medios. De esa manera aluden a la posibilidad de que el televisor quede imbricado con la computadora y ambos con el teléfono, especialmente el celular o móvil. En todo el mundo se están haciendo grandes inversiones en tecnología pero sobre todo en publicidad que impulsan esa concurrencia de recursos mediáticos. Indudablemente la posibilidad de enviar datos de un medio a otro y la versatilidad que han adquirido los instrumentos de comunicación más recientes ­sobre todo en movilidad y velocidad de transmisión­ los hacen más útiles. Pero quizá no es descabellado temer que la excesiva apuesta por la convergencia mediática pueda convertirse en un nuevo tropiezo de grandes dimensiones, casi tan costoso como el que ocurrió cuando hace pocos años numerosas firmas y accionistas apostaron, prácticamente a ciegas, a la bonanza de la llamada nueva economía o de las empresas "puntocom".

La plena confluencia de medios distintos es casi imposible. El televisor y la computadora tienen usos y formatos diferentes y, sobre todo, implican relaciones de variada índole con sus usuarios. Hay notable diferencia entre la navegación por Internet que puede alcanzar gran interactividad y se realiza fundamentalmente de manera personal, y la contemplación de la televisión que es pasiva, aunque puede practicarse de manera colectiva.

La convergencia más importante, y que ya está en marcha, no es la que según algunos unirá al televisor con la computadora o al celular con el ciberespacio, sino la que resulta de la unión entre las empresas de comunicación más poderosas. Fusiones como las de America Online y Time Warner en Estados Unidos, Viacom y CBS, Vivendi con Seagram y más recientemente las que se realizan entre las empresas de televisión digital en varios países de Europa, señalan esa tendencia. La búsqueda de ahorros y audiencias hermana a consorcios comunicacionales incluso con diferencias históricas y políticas tan acentuadas como las que han tenido, en España, los grupos Prisa y Telefónica. La concentración de firmas y finanzas es inherente al capitalismo. Sin embargo, cuando ocurre sin reglas ni arbitraje alguno llega a traducirse en situaciones monopólicas que, en el campo de la comunicación, pueden poner en riesgo la libertad de elección de la sociedad.

Igual que el ejercicio de cualquier libertad, la libertad en los medios requiere de la existencia de opciones. Para ser espacios congruentes con la diversidad que hay en toda sociedad contemporánea los medios tienen que ofrecer posibilidades, variedad, contrastes. Los monopolios y otras formas de concentración de la propiedad no sólo son contradictorios con la libertad de mercado sino, en el caso de los medios, antagónicos a la pluralidad de contenidos que requiere toda democracia. Una concentración mediática que impida o limite de manera significativa la diversidad de opciones comunicacionales en un país es riesgosa, independientemente del origen nacional del capital que la controle. Es tan discutible un monopolio de origen estadounidense que uno alentado con dinero español, francés, japonés, brasileño o mexicano.

Estado y reglas: resulta pertinente ponerles adjetivos. Estado democrático sustentado en la participación de los ciudadanos y reglas equitativas apoyadas en el reconocimiento de que las empresas de comunicación tienen derecho a hacer negocios, siempre y cuando su crecimiento no se oponga al derecho de la sociedad a contar con variadas opciones mediáticas. Esa es la relación deseable, aunque con frecuencia resulta difícil establecerla, entre medios, leyes e instituciones políticas.

Con reglas y consensos que favorezcan la variedad y en condiciones de auténtica competencia, los medios pueden ser contrapesos unos de otros. Pero ese equilibrio no es suficiente porque el interés mercantil que los anima condiciona la programación y la orientación de los medios en manos de corporaciones privadas. Por eso, otro de los recursos que las sociedades contemporáneas tienen para facilitar la diversidad mediática, así como la producción de contenidos no mercantiles, se encuentra en los medios de comunicación de carácter público. Mientras más autonomía tengan respecto de los vaivenes en las instituciones gubernamentales ­sin que por ello estén al margen del financiamiento estatal­ esos medios podrán cumplir mejor con su tarea de hacer una comunicación distinta a la que practican los medios privados.

Más que muchas, la sociedad necesita mejores opciones para definir su consumo mediático. Las nuevas tecnologías de la comunicación de masas permiten hoy una abundancia de canales que hace pocos años parecía utopía y que, para no pocos televidentes, se ha vuelto cotidiano desafío ­y a veces, inabarcable pesadilla­. Ahora que los sistemas de televisión satelital ofrecen a sus clientes más de 225 canales de vídeo, hacer zapping entre todos ellos es una auténtica hazaña. Además del vértigo y los problemas de concentración mental que puede causarnos ese carrusel televisivo, corremos el riesgo de quedar con los pulgares arruinados. El sentido común de la gente ha atajado esos riesgos de la manera más sencilla: aunque disponen de centenares de opciones, los televidentes suelen frecuentar sólo una porción muy acotada de ellas. Se calcula que los telespectadores en los países más desarrollados acostumbran mirar un promedio de 15 canales.4

La profusión de posibilidades que ofrecen los medios electrónicos permite ejercer esa capacidad de selección que, finalmente, demuestra que las opciones con las que se queda el telespectador no son abundantes. Tantos canales, independientemente de que su programación sea original o no, parecieran colocarnos en una suerte de paraíso comunicacional (siempre y cuando nuestra idea del paraíso sea equivalente a la abundancia televisiva). Pero esas cifras pueden ser engañosas si no revisamos el peso que tienen en cada país.

De acuerdo con datos que hemos elaborado a partir de información de la Unesco,5 hace cinco años América Latina y el Caribe, con 8.6% de la población mundial, contaba con 7% de los televisores y 8.4% de los radio receptores en todo el orbe. Se estimaba que en todo el planeta teníamos alrededor de mil 396 millones de televisores, lo cual significaba 240 por cada mil habitantes. Los aparatos de radio eran dos mil 432 millones, que equivalían a 418 por cada mil personas en este mundo.

La distribución regional y nacional de esos receptores manifiesta severas desigualdades. En Africa había 216 aparatos de radio y 60 de televisión por cada mil habitantes, mientras que en Europa la proporción era de 729 y 446, respectivamente.

En América Latina y el Caribe el promedio ha sido de 412 radio receptores y 205 televisores por cada mil personas. Si se atiende a las tasas nacionales se advierten distancias importantes. Según esos datos de la Unesco en Guatemala, en 1997, había 79 radios y 61 televisores por cada mil habitantes y en Nicaragua 265 y 68, respectivamente.

Por cada mil personas en Argentina había 681 aparatos de radio, en Bolivia 675, en Brasil 434, en Chile 354, en Colombia 524, en Cuba 352, en México 329, en Perú 273, en Uruguay 273 y en Venezuela 472.

La distribución de televisores por cada mil habitantes hace cinco años era como sigue: Argentina, 223; Bolivia, 116; Brasil, 223; Chile, 215; Colombia, 115; Cuba, 239; México, 272; Perú, 126; Uruguay, 239 y Venezuela, 180.

En comparación con el promedio latinoamericano de 412 radio receptores y 205 televisores, en Estados Unidos se registraban dos mil 116 aparatos de radio y 806 de televisión por cada mil habitantes.

En otros términos, los estadounidenses tenían cinco radios y casi cuatro televisores por cada uno de esos aparatos en América Latina.

En Europa los radio receptores eran: en Francia 946, Alemania 948, España 331 y Reino Unido mil 443 por cada mil personas. En Francia había 595 televisores, en Alemania 567, en España 409 y en Reino Unido 521 por cada mil habitantes.

Los franceses tienen 1.4 radios y 2.7 televisores más que los argentinos, y los alemanes 2.2 y 2.5 más que los brasileños. Sin embargo, en Bolivia existen dos receptores por cada uno de los que hay en España, aunque los españoles tienen tres veces y media más televisores que los bolivianos. Datos como ésos, además de desigualdades regionales y nacionales, permiten apreciar sesgos muy interesantes en la preferencia o la disponibilidad de uno u otro medios.

Si en países como los nuestros los dispositivos para enlazarnos a medios tradicionales no tienen una presencia tan extendida como en otras zonas del mundo, la irrupción de las nuevas tecnologías también se desarrolla con lentitud. Aunque en cada una de nuestras naciones tenemos élites experimentadas en la navegación y el consumo en la Internet, la mayoría de nuestros conciudadanos carece de acceso a ese recurso informático. Apenas 10% de los argentinos, 7% de los brasileños, 5% de los venezolanos y 4% de los mexicanos tiene acceso regular a la Internet aunque estas cifras cambian con rapidez. Actualmente, en términos panorámicos, en Estados Unidos tiene acceso regular a la red 60% de la población, en Canadá 55%, en Alemania 36%, en Italia 33%, en Francia 26% y en España 24%, aproximadamente.6

No todas las personas que pueden sintonizar señales de televisión reciben la misma cantidad ni la misma calidad de programación. Las estadísticas anteriores indican cuánta gente en el mundo puede escuchar la radio o mirar la televisión, pero no consideran la oferta mediática que les llega por esos canales. De la misma forma, el acceso a la Internet también se encuentra matizado por la infraestructura disponible en cada sitio. Mientras que en los países más desarrollados las conexiones de banda ancha crecen y se diversifican, en las naciones de menos recursos la aspiración es contar con módems tradicionales aunque sea de baja velocidad. A fines de 2001 Canadá tenía 4.54 conexiones de banda ancha por cada 100 habitantes y Estados Unidos 2.25. México sólo contaba con 0.02; es decir, 100 veces menos que su vecino del norte.7 La brecha digital no sólo consiste en la disparidad entre quienes tienen acceso a la Internet y aquellos que no cuentan con ese recurso. También se expresa en las distintas capacidades para recibir y colocar información en la red. La velocidad de transmisión determina el formato de los documentos que podamos bajar de la Internet. Junto con ella el costo de los equipos de cómputo, la disponibilidad y el precio de las conexiones, así como el aprendizaje para utilizar la red de redes son factores que acentúan la brecha digital.

Cerrar esa grieta y antes que nada impedir que se profundice, tendría que ser tarea prioritaria de las sociedades y sus gobiernos. El papel de los estudiosos de la comunicación es diagnosticar a los medios, pero también puede ser tan creativo y propositivo como exija cada circunstancia. Comparar experiencias nacionales y regionales, cotejar y discutir marcos jurídicos y políticas públicas, desentrañar proyectos e intereses de los actores empresariales y corporativos que animan el desarrollo de los medios, hacer historia pero también presente son parte de los quehaceres que, sin demérito del indispensable rigor académico, pueden desarrollar los investigadores interesados en el uso que la sociedad hace de los medios de comunicación.

Todos los días los medios, y quienes toman decisiones en ellos, enfrentan dilemas acicateados por la compulsión con que suele hacerse la comunicación de masas. Presentar escenas de atentados terroristas o reservarlas para no hacerles propaganda a grupos violentos, reflejar o no los ángulos más traumáticos de la realidad, publicar denuncias sobre asuntos públicos a costa de entrometerse en la vida privada de quienes los han protagonizado, enfrentar conflictos de intereses que involucren a la empresa propietaria del medio en cuestión, asumir o rechazar presiones del poder político o de cualquier otro poder Las decisiones que deben tomarse a diario en cada medio de comunicación requieren experiencia y sentido común y ponen a prueba la autonomía profesional y la adrenalina personal que sea capaz de poner en juego cada editor, productor o informador. Algunas de esas determinaciones pueden ser zanjadas si se cuenta con parámetros éticos muy claros. Pero en cualquier caso siempre resulta de gran utilidad la contribución de quienes observan a los medios desde los miradores académicos.

Todas estas (consumo cultural, tecnologías de la información, medios en la internacionalización y la globalización, estructuras económicas y alianzas corporativas, concentración empresarial, incipientes industrias culturales de carácter nacional, esfuerzos y limitaciones de los medios públicos, debilidad o inexistencia de políticas estatales de comunicación, discursos y significados, contenidos y públicos, responsabilidad y ética) son vertientes que han sido transitadas con reconocible provecho por numerosos investigadores de la comunicación en América Latina. Por distintas vías y desde variados enfoques, la preocupación central de muchos de ellos ha sido dilucidar los vínculos de los medios con las sociedades en y para las cuales se desempeñan.

Esa diversidad de perspectivas caracteriza a lo que podríamos considerar como escuela comunicacional latinoamericana. Se trata de una suma de corrientes, pero sobre todo de esfuerzos individuales que, más que orientaciones metodológicas, comparten un contexto de preocupaciones comunes que surgen en circunstancias nacionales similares.

Esa es una comunidad cuyos integrantes dialogan poco entre sí porque las vías para intercambiar puntos de vista han sido por lo general inconstantes y los espacios de encuentro, esporádicos. Sin embargo, con frecuencia estos profesionales del estudio de la comunicación mantienen intensas relaciones con el mundo académico, con la sociedad y desde luego con los medios de sus respectivos países. Aunque entre ellos mismos estos investigadores, fuera de la relación amistosa que puedan tener, no suelen practicar un intercambio académico sistemático, sus reflexiones han construido un patrimonio intelectual que define en buena medida al estudio de los medios en América Latina.

Este pensamiento comunicacional se nutre de aportaciones como las siguientes.

El trabajo del boliviano Luis Ramiro Beltrán para el diseño de políticas nacionales capaces de insertar a la comunicación latinoamericana en el espacio global donde ahora se desenvuelve.

El punto de vista autorizado y circunspecto del chileno José Joaquín Brunner que permite ubicar a los medios como parte de una modernidad inacabada y desafiante.

El original enfoque afincado en la literatura y en la filosofía que emplea el argentino Aníbal Ford para examinar las mediaciones de la cultura en América del Sur.

La preocupación del chileno Valerio Fuenzalida por una educación para los medios y, más recientemente, por la pervivencia de los medios públicos.

La creativa distinción entre consumidores y ciudadanos acuñada por Néstor García Canclini, que nació en Argentina y se quedó en México, y su búsqueda de la cultura latinoamericana en la modernidad.

La práctica sugerida por Mario Kaplún, argentino que estuvo avecindado en Uruguay y Venezuela, para cristalizar la utopía comunicacional que ambiciona en hacer de los receptores, emisores de sus propios mensajes.

La dimensión regional e internacional que José Marques de Melo ha logrado para sus propias indagaciones sobre el periodismo y el folclor en Brasil y, de manera más amplia, para la investigación comunicacional en América Latina.

La identificación de las mediaciones culturales en las prácticas comunicativas establecida por Jesús Martín-Barbero que habiendo nacido español, en Avila, decidió ser latinoamericano al establecerse casi cuatro décadas en Colombia y más recientemente en México.

La delimitación de los territorios entre cultura y globalización y la disquisición sobre sus imbricaciones con la ciudadanía y lo popular emprendidas por el brasileño Renato Ortiz.

La paradigmática vocación crítica y propositiva del venezolano Antonio Pasquali, conciencia ética en la discusión y la práctica de la comunicación latinoamericana.

El trabajo del filósofo argentino Alejandro Piscitelli en el estudio de las ciberculturas y de los efectos sociales y generacionales en la expansión de la Internet.

Las contribuciones de Daniel Prieto Castillo, argentino también, para hacer de la comunicación espacio e instrumento de la educación.

La preocupación pionera del chileno Fernando Reyes Matta al subrayar las implicaciones de la trasnacionalización informativa.

La constancia de Raúl Rivadeneira Prada para examinar el desarrollo de los medios en Bolivia con un enfoque metodológico sistemático.

Las aportaciones de Rafael Roncagliolo, peruano, en beneficio de una comunicación que sirva a la transparencia en la sociedad.

El inteligente pesimismo de la bonaerense Beatriz Sarlo para diseccionar las vicisitudes de la cultura y la comunicación en nuestras interminables circunstancias de crisis.

El rigor y la congruencia del argentino Héctor Schmucler al buscar una comunicación con memoria, responsabilidad y compromiso.

La ecléctica y destacada búsqueda del también argentino Eliseo Verón para identificar modelos lingüísticos y culturales de la comunicación.

Todos esos investigadores ­la relación que hemos mencionado es solamente indicativa y de ninguna manera exhaustiva­, independientemente de corrientes analíticas y de los temas específicos que han estudiado, se han singularizado por entender a los medios nacionales o regionales con una mirada extensa y abierta, lo mismo en el plano teórico que en las implicaciones prácticas de sus indagaciones. Indispensables como parte de la reflexión latinoamericana en materia de comunicación, los trabajos de esos autores y otros más no siempre son accesibles en todos nuestros países ­y a veces algunos de ellos casi no son conocidos­. Varios de tales autores son clásicos en las escuelas de comunicación de sus países, pero fuera de ellos se les lee solamente entre los más enterados. Otros, en cambio, tienen tal presencia académica que son ejemplo manifiesto de un pensamiento, en materia de medios, capaz de interesar más allá de fronteras y circunstancias nacionales. En todo caso a esos pensadores no se les suele discutir con intensidad, al menos en el plano formal y del debate académico y público porque se les conoce de manera fragmentada y desigual.

Las ideas de esos pensadores son el patrimonio más importante que tienen la investigación y la docencia comunicacionales en nuestros países. Todos o casi todos ellos, igual que los estudios de centenares de colegas en toda América Latina, reconocen a la globalización como el contexto en el cual se desempeñan los medios y la cultura contemporáneos. Sin embargo, la reflexión y la elaboración intelectuales acerca de la comunicación, no las hemos trasnacionalizado tanto como les ha ocurrido a nuestros sujetos de estudio que son los medios.

El diálogo capaz de aguzar y empujar ese análisis podría ampliarse y ser más sistemático. De esa manera estaríamos en condiciones de propagar y desmenuzar las ideas que nos permitan entender el espacio comunicacional común que es latinoamericano, sin dejar de ser global.

Por eso quiero proponer a los directivos y a los socios de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación la creación de una Biblioteca Latinoamericana del Pensamiento Comunicacional. Se trataría de una colección de textos básicos de autores como los que he mencionado antes y que, habiendo sido publicados ya, no siempre circulan en todos nuestros países. Seguramente en muchos casos los autores de esos textos o sus editores, que con frecuencia han sido universidades o instituciones públicas, podrían autorizar la reproducción de esos libros.

Si los documentos de esa biblioteca fueran colocados en la Internet en vez de publicarse en tinta y papel, se ahorraría dinero y tiempo y se facilitaría su propagación inmediata. La biblioteca que propongo sería virtual en su formato pero muy real en sus implicaciones culturales. En un corto plazo podríamos contar con una veintena de libros fundamentales, en una colección que crecería sistemáticamente y cuyos estantes electrónicos serían accesibles a estudiantes, estudiosos y profesionales de la comunicación en todos nuestros países. La Biblioteca Latinoamericana del Pensamiento Comunicacional podría ser el origen de nuevos encuentros y deliberaciones, más allá de fronteras geográficas e institucionales, en un mismo espacio cultural/mediático. Ese puede ser un camino para que los recursos de esta época de comunicación digital estén, como se quiere en el tema de este Congreso, al servicio del diálogo entre ciencias de la comunicación y sociedad.

Los medios, según se les emplee, pueden ser instrumentos para adormecer, entretener o despertar a la sociedad; de acuerdo con los fines que se busque con ellos, pueden ser vehículos de aislamiento, o de comunicación. El estado de asombro permanente en el que los medios suelen mantenernos puede conducirnos al pasmo, o al discernimiento respecto de las realidades locales y globales.

Comencé esta charla recordando la capacidad profética de Julio Verne que en su literatura supo anticipar la expansión de los medios y también la avidez por la acumulación (de dinero, lo mismo que de información) que determina hoy a buena parte de nuestras sociedades. Concluyo con un autor contemporáneo, el argentino Ernesto Sábato, que en uno de sus libros más recientes se duele de todos los retazos de la vida diaria que perdemos cuando nos rendimos a la fascinación que suscitan los medios de comunicación de masas: "La televisión nos tantaliza, quedamos como prendados de ella" dice Sábato, y deplora más adelante: "Concentrados en algún canal, o haciendo zapping parece que logramos una belleza o un placer que ya no descubrimos compartiendo un guiso o un vaso de vino o una sopa de caldo humeante que nos vincule a un amigo en una noche cualquiera".8

Entender y explicar a los medios para que sean instrumentos y no lastres de sus sociedades es una de las responsabilidades de quienes los tienen como objetos de estudio. Para aprehender a los medios es preciso tomar distancia de ellos tanto para escapar a su formidable capacidad de atracción, como para mirarlos en su contexto público. Para comprender a los medios hace falta verlos, escucharlos, leerlos, navegar en ellos ­apreciarlos­, pero también alejarnos lo suficiente para poder probar una sopa bien sazonada, charlar con un amigo y tomar un buen vaso de vino.


Notas

1 En esa novela se dice: "El correo de la casa Casmodage movía por lo menos tres mil cartas diarias, que salían para todos los rincones del mundo. Una máquina Lenoir, de 15 caballos de fuerza, copiaba sin pausa las cartas que 500 empleados le iban entregando. Y sin embargo el telégrafo eléctrico habría debido disminuir enormemente la cantidad de cartas, ya que nuevos perfeccionamientos permitían una correspondencia directa con los destinatarios; el secreto se podía así guardar y los negocios más considerables tratarse con seguridad a la distancia. Cada casa poseía sus cables propios, que operaban según el sistema Wheatstone, en uso en toda Inglaterra hacía tiempo. Innumerables valores que se cotizaban en el mercado libre se inscribían por sí mismos en los paneles situados al centro de las bolsas de París, Londres, Francfort, Amsterdam, Turín, Berlín, Viena, San Petersburgo, Constantinopla, Nueva York, Valparaíso, Calcuta, Sydney, Pekín y Noukahiva.

"Por otra parte, el telégrafo fotográfico, inventado en el siglo pasado por el profesor Giovanni Caselli, en Florencia, permitía enviar a cualquier parte el facsímil de cualquier escritura, autógrafo o dibujo, y firmar letras de cambio o contratos a 10 mil kilómetros de distancia.

"La red telegráfica cubría ya la superficie completa de los continentes y el fondo de los mares; América se encontraba a la altura de Europa, y en la experiencia solemne que se hizo en Londres en 1903 dos científicos se pusieron en contacto después de hacer que sus despachos recorrieran toda la faz de la tierra". Julio Verne, París en el siglo XX, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1995, p. 65. Citado en: www.contenidos.com/bitacora/lecturas.php3?hoy=2001-08-26#curiosidades

2 Armand Mattelart hizo un brillante recuento de esos ideales en Historia de la utopía planetaria. De la ciudad profética a la sociedad global, Barcelona, Paidós, 2000, 446 pp.

3 Carlos Fuentes, En esto creo, Barcelona, Seix Barral, 2002, p. 100.

4 "A survey on television", en The Economist, april 13, 2002.

5 Unesco Statistical Yearbook 1999, www.uis.unesco.org/en/stats/stats0.htm

6 Datos a partir de Nua Internet Surveys: www.nua.ie/surveys/how_many_online/index.html

7 Datos de la OECD en Intermedia, International Institute of Communications, april 2002.

8 Ernesto Sábato, La resistencia, México, Seix Barral, 2000, pp. 13 y 20.


Raúl Trejo Delarbre es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
correo: rtrejod@infosel.net.mx

Conferencia magistral presentada por el autor en el VI Congreso Latinoamericano de Ciencias de la Comunicación "Ciencias de la Comunicación y Sociedad: un diálogo para la era digital. Las perspectivas latinoamericanas", en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 6 de junio de 2002.